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lunes, 11 de febrero de 2008

RESUMEN DE LA AGENCIA INFORMATIVA PELOTA DE TRAPO


Malas noticias de White
05/02/08
Por Oscar Taffetani
(APe).- Ingeniero White se convirtió en puerto de ultramar en 1885, cuando el Ferrocarril Sud manejado por los ingleses construyó el primer muelle de hierro y puso en funcionamiento una de las terminales de carga más importantes del país. Rápidamente, White -o Guaite, como todavía le dicen los paisanos de los alrededores- se fue poblando y adquirió la inconfundible fisonomía de una ciudad portuaria, con hoteles baratos, cantinas, proveedurías y tugurios sin sueño en donde se cruzaban historias extrañas relatadas en lenguas extrañas. Los chicos de White, a diferencia de sus padres, aprendían a nadar. También aprendían a mirar. A mirar el trabajo rudo de sus padres, la lucha por el pan, las injusticias. A mirar la fiesta, cuando había fiesta. Así, se iban colando, de a poco, en el mundo de los grandes. Hasta que un día, sin darse cuenta, ellos eran grandes. "Quienes nacieron en los puertos -nos recordaba en un bello texto el docente bahiense Horacio Radetich- saben por el olor del aire si el mar está en bajante o en subiente; oyen la pleamar, que es el único momento en que el mar está silencioso y llevan metidas en la piel las horas de las mareas. En un puerto, las noticias de lo que va a suceder se conocen antes: por el sonido de las sirenas de los remolcadores se sabe que está por llegar un barco; por la humedad del aire se sabe si va a haber sudestada, norte o calma; por el vuelo de las gaviotas se sabe si los pescadores han llegado o no; y por la forma de arreglarse y perfumarse de las damas de los burdeles se sabe si a la noche atracará algún barco mercante o alguna nave de guerra".
Una pelea desigual
Las historias de grescas, pendencias, golpizas y tiroteos en el White de comienzos del siglo XX son infinitas, y pasan de abuelos a nietos, convertidas en fascinantes relatos de ficción. Aquí va uno de muestra: cierta vez un tal N. -guarda de tren- le pidió el boleto a un pasajero que las iba de guapo, y que para desafiarlo le mostró el ticket de cartón clavado en la punta de su daga. Ni lerdo ni perezoso N. sacó su revólver del cinto y le "picó" el boleto de un tiro... Hay también historias de huelgas, de puebladas y de gestos de solidaridad protagonizados por el pueblo whitense a lo largo de un siglo. Ahí también está la memoria de los abuelos. Y está el registro de los diarios y los periódicos. Y están las sepiadas o blanquinegras fotografías que muestra el Museo del Puerto. Pero White cambió mucho en los últimos tiempos. Hoy, dársenas para containers y elevadores gigantescos, controlados por computadoras, han modificado el paisaje. También han modificado a la gente que se recorta contra el paisaje. Nos llega de este White, del White siglo XXI, la noticia de que policías bonaerenses interceptaron a ocho chicos de Villa Delfina -un barrio cercano- que salían de una fiesta de 15 llevando la comida y las bebidas que habían sobrado. A partir de allí, las versiones difieren. Los policías dicen que esos chicos apedrearon al patrullero y a un colectivo de la línea 500 que pasaba por el lugar. Los chicos, en cambio, le han contado a sus padres que la policía les quiso quitar las cosas, que a uno de ellos le rompieron una damajuana y lo arrojaron con violencia contra el patrullero, que ellos resistieron y les contestaron a piedrazos, y que finalmente los uniformados se los llevaron a todos a la comisaría 3a., donde los golpearon y demoraron y que finalmente les advirtieron, entre amenazas, que no hablaran con nadie de lo sucedido. ¿A quién creerle? se preguntará algún periodista despistado. O cómplice. Qué vergüenza, nos decimos desde aquí. Y qué tristeza. Antes, los guapos de White se medían con otros guapos. Ahora, estos matones de chapa se agrandan con pibes de quince años, pibes que portan "cara de pobre" y que no tienen padrinos ni abogados ni instituciones que los defiendan. Un día, los whitenses de verdad tendrán que juntarse. Tendrán que juntarse para echar a los matones, a los abusadores, a esos tipos que no merecen estar en ningún capítulo ni pasaje ni recorte ni pedazo de la historia de Ingeniero White.


La batalla contra los cuidacoches
04/02/08
Por Carlos del Frade
(APe).- Hay que controlar a los cuidacoches. Cuidar a los cuidacoches. Parece que es una contradicción pero, en realidad, se trata de un reflejo racista. La mayoría de los llamados franelitas son pibes empobrecidos, muchachos que buscan ganarse un peso para sobrevivir cambiando tiempo por algunas monedas. -Le miro el coche, don -es generalmente el breve ticket oral que ofrecen. Después vendrán los dueños de esos símbolos cada vez más rápidos y feroces del capitalismo y dejarán ciertos centavos. ¿Cuál es el problema? Molestan. Meten miedo. Están mal vestidos porque desde hace tiempo unos pocos les robaron casi todo y se empecinan en seguir vivos aunque los excluyan. De allí que ahora, con el nuevo gobierno en la opulenta y orgullosa ciudad de Buenos Aires, se aplique la medida de cuidar a los cuidacoches. Se pone en práctica el prejuicio racista: hay que tener a raya a los negritos. De eso se trata. El anuncio habla de realizar un censo para saber “si tienen trabajo” y lo llevará adelante el denominado Consejo de Seguridad, en el ámbito del Ministerio de Seguridad y Justicia de la metrópolis. Seguridad y justicia para detectar si los pibes que cuidan coches “tienen trabajo” porque si eso se descubre habrá sanciones, penas. No hay preocupación por la seguridad de ellos ni tampoco interés por generar justicia social y conseguir que esas decenas de muchachos tengan un trabajo mejor. No. Al contrario, la propuesta en el futuro mediato es hacerlos desaparecer de las calles. Por aquello de “ojos que no ven, corazón que no siente”. Porque los cuidacoches son menos importantes que los coches y no tendrían que afear las calles de la Perla del Plata hoy manejada por un empresario siempre vinculado a las élites de las últimas décadas. -No estamos pensando en aumentar las penas -dijo una fuente consultada por un diario de tirada nacional. Pero están pensando en penar, en sancionar, en castigar. ¿Por qué un cuidacoches merece sanciones, penas y castigos? Simplemente porque es pobre. Además los funcionarios del gobierno de la ciudad autónoma piden que los vecinos denuncien a los que exigen dinero por el cuidado de los autos. Porque está penado por el llamado Código Contravencional. Pero si hay denuncia, habrá investigación y luego, sí, por fin, habrá castigo. Durante el año 2005, sin embargo, los casos que fueron presentados en juicio no superaron la media docena. Se ve que los cuidacoches no son los temibles delincuentes que algunos creen ver encapsulados en ellos. Uno de los legisladores del gobierno de la ciudad lo dijo con claridad: "Estamos decididos a ponerle un freno a esta situación... Vamos a ver si se puede ampliar el sistema de la tarjeta azul en algunas zonas de la ciudad y si podemos instalar un mecanismo organizado en los eventos especiales". Ese diputado no está pensando en frenar el avance de la pobreza, sino en echar a los cuidacoches de las calles. Que los pobres y mal vestidos vayan a vivir en guetos y que las calles del centro sean recorridas por los ciudadanos amantes del consumismo, los defensores del orden social injusto y los que creen que la riqueza y la exclusión son cuestiones naturales.Fuente de datos: Diario Clarín 28-01-08

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